En
el Perú los ferrocarriles se inician como una actividad de la empresa privada.
El primer ferrocarril el Lima-Callao es otorgado a los señores Pedro Gonzales
de Candamo y José Vicente Oyague quienes lo construyen. El segundo ferrocarril
el Tacna –Arica lo construyó José Hegan inglés con un grupo de socios que
después formaron The Arica to Tacna
Railway que operaba la línea. El tercer ferrocarril el Lima-Chorrillos es
concesionado a perpetuidad a la firma Barreda que lo construye en 1858. Hacia
1865 Hegan y sus socios compran las líneas Lima-Callao y Lima-Chorrillos por
700 mil libras esterlinas y constituyen la empresa Lima Railways que se hace
cargo de ambas líneas. Todo esto se hizo sin ningún aporte económico del
Estado. Quedaron entonces las primeras tres líneas férreas del Perú bajo la
propiedad del capital inglés.
Durante
los años 60 del siglo 19 se otorgaron un gran número de concesiones pero casi
no se construyó, con la excepción de dos cortas líneas una en Cañete y la otra
en el centro minero de Cerro de Pasco. Con la llagada del coronel Balta al
poder y el arribo de Henry Meiggs hay un breaking
point y el Estado cambia de política y se convierte en el gran promotor,
hasta entonces se había concretado únicamente a dar autorizaciones, y
constructor de líneas muchas de las cuales se habían concesionado a
particulares, pero ya sea por incapacidad o por falta de financiamiento no se
iniciaron.
La
actividad privada también toma más fuerza a finales de 1860 y comienzos de 1870
con la construcción de nuevas líneas. Se construyen o inician por iniciativa
privada el Paita-Piura, las líneas de Eten y de Pimentel en Lambayeque,
departamento donde nunca el Estado construyó ni el capital extranjero
intervino, el ffcc de Trujillo, la vía
Lima-Ancón-Chancay, la línea Pisco-Ica y, en un extraordinario esfuerzo
privado, las líneas salitreras de Tarapacá: Iquique-La Noria, Pisagua-Agua
Santa–Sal de Obispo y Patillos-Lagunas por iniciativa de los hermanos Montero
peruanos quienes empezaron esta empresa sin garantía del Estado y bajo su
propio riesgo. La guerra les hizo perder todo su capital. Muchas otras líneas
menores fueron asimismo construidas por inversión privada.
Pero
sobrevino la guerra y otro breaking point
sucedió en el país. Casi todas las líneas completas o sin terminar sufrieron
los efectos de la dinamita chilena quedando total o parcialmente destruidas.
Esto implicó el incumplimiento de obligaciones tanto por la empresa privada
como por parte del Estado que habían ambos contraído. Otro factor que afectó a
los ferrocarriles fue la crisis hacendaria nacional. La denominada prosperidad
falaz nos había hecho sobre endeudarnos. Al terminar la contienda el gran
desafío era cómo hacer para conseguir capital, cómo levantar préstamos que
permitieran reconstruir o continuar la tarea de hacer ferrocarriles. Momento
muy difícil para un país entonces en ruinas como lo era el Perú.
Como
consecuencia de la situación y ante la imposibilidad de cumplir con los pagos,
se firmó el contrato Grace entre el Estado y los acreedores. Siete
ferrocarriles pasaron a ser administrados por una entidad creada para tal
propósito que se denominó Peruvian Corporation. El contrato Grace se firmó en
un momento muy dificultoso ya que el
Perú no tenía otra alternativa. La Peruvian como concesionario no como
propietario, terminó los ffcc que
estaban inconclusos, mejoró otros y cambió el sentido del negocio ferroviario
en el país. Invirtió en material fijo y rodante y mejoró el servicio
ostensiblemente. En 1928 el Estado entrega los ferrocarriles que estaban en
concesión y la Peruvian pasa a ser la propietaria de los mismos. Los
ferrocarriles privados son entonces
mayoría en el país. Pero el
Estado asume una actitud ambigua respecto a la Peruvian. Los ferrocarriles, que eran
ahora propiedad de ésta, no se les permitió ampliarlos ni construir nuevos y le
puso carreteras al lado de las vías con lo que se creaba una competencia que
favorecía estas últimas. En algunos casos se promovían huelgas que perjudicaban
a los usuarios, a las empresas y al propio gobierno.
A
comienzos del siglo 20 los ferrocarriles empezaban a recuperase y nuevas
inversiones se efectuaban. La Cerro de Pasco Construye una línea entre la
ciudad del mismo nombre y La Oroya para sacar su producción al mar. Lo mismo hizo
una serie de haciendas de la costa como Casa Grande y Paramonga entre otras.
Había un viejo anhelo de unir Lima con Huacho y todos los fértiles valles del
norte de la capital. Se convocó entonces a un concurso para construir una línea
entre esos puntos. Este fue el ferrocarril Lima-Huacho también conocido como
FCNOP. Se presentó la empresa Northwestern Railway of Perú, una entidad inglesa,
para construirlo con una inversión de 850 mil libras esterlinas. Habían pasado
muchos años en que no se invertía en una gran línea privada. Se aprobó la
propuesta y se firmó el correspondiente contrato. La empresa, que también
actuaría como operadora de la línea, debía terminar la misma en dos años. Los
trabajos empezaron en 1909 y culminaron en 1912 con atraso provocado por el propio gobierno al
demorase en aprobar una serie de trámites. Los informes sobre el estado de la
línea fueron negativos y haciendo uso de una cláusula que permitía resolver el
mismo, el gobierno dispuso la nacionalización del FCNOP, cosa que fue aplaudida
por muchos, y su correspondiente valorización. Después de ocho años el FCNOP pasó a ser un
ferrocarril del Estado y se le valorizó entonces en 7 millones de soles
aproximadamente. No se ha encontrado información ni en el Perú ni en Inglaterra
que dicho monto fuese alguna vez cancelado íntegramente.
La
nacionalización del FCNOP fue el tercer breaking
point de los ferrocarriles peruanos. El impacto que causó fue terrible casi
tanto como la guerra de 1879. Nunca más, con excepción de la línea minera de la
SPCC una empresa privada construyó un ferrocarril de importancia en el Perú.
Sólo quedó el Estado como único constructor. El Estado entonces buscó
financiamiento y no lo encontró ya que las entidades financieras desconfiaban
del país como pagador de sus deudas. Los ferrocarriles en construcción a cargo
del Estado tuvieron que ser financiados directamente del presupuesto nacional y
de impuestos específicos como el del tabaco. Aún así el avance era lentísimo y
muchos nunca se culminaron.
Uno
de los grandes proyectos fue el que se firmó con el canadiense Robert Dunsmuir
en 1923 aprobado por una ley que incluía nada menos que 10 líneas más que duplicando
el kilometraje de las existentes en ese momento. No se cumplió y todo quedó en
nada. Nuevamente la falta de financiamiento y la incertidumbre fueron
determinantes. El último gran esfuerzo fue el proyecto Tambo del Sol-Pucallpa por
parte del Estado que tuvo dos intentos el los años 20 y el de los 50. El país
todavía tenía problemas financieros y el proyecto nunca se realizó a pesar una
fuerte inversión hecha en lo poco que se avanzó y que lamentablemente se
perdió. Posteriormente vino la nacionalización de todas las líneas de tráfico
público con la creación de Enafer. La probabilidad de inversión privada en los
ferrocarriles así como la construcción de nuevas líneas se alejó aún más.
Con
la concesión de las líneas del centro y del sur así como la de Cuzco-Machu
Picchu en 1999 nuevamente empezó a haber inversión, aunque no suficiente. La
falta de un marco propicio y de políticas definidas ha generado tal situación.
No
conocemos un país desarrollado que carezca de una buena red ferroviaria. Los
ferrocarriles son necesarios para llegar a tener precisamente el nivel de país
desarrollado que tanto buscamos. No se trata de construir ferrocarriles por el
hecho de hacerlo, se trata de que los necesitamos.
Lo
pasado fue lamentable pero aleccionador, si sabemos aprovechar sus enseñanzas.
La actividad empresarial tiene mucho que ver en estos tiempos de economía
abierta con los ferrocarriles. Se necesita de la imprescindible inversión en
los mismos pero requiere de reglas
claras, estables y promotoras. El ferrocarril será entonces por antonomasia la
locomotora del progreso.
Elio
Galessio
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