jueves, 27 de noviembre de 2014

Informe Chileno sobre la Destrucción de FC Ilo-Moquegua 1880


PARTE DEL INGENIERO DON FEDERICO STUVEN.

 

A bordo del vapor “Copiapó”, al ancla en Pisagua, Enero 3 de 1880.

 

Tengo el honor de poner en conocimiento de Ud. las observaciones resaltadas de las diversas comisiones que tuvo a bien confiarme en la expedición que, bajo su mando, zarpó de Pisagua el 29 de Diciembre próximo pasado.

 

El 31 del mismo mes, a las 3 A. M., me hallaba con los mecánicos y pontoneros de mi dependencia en las embar­caciones menores, y al aclarar del mismo día desembarqué en la parte Sur del puerto Pacocha, avanzando en el acto sobre la estación del ferrocarril y oficina telegráfica, que fueron ocupadas pocos momentos después. Ordené que inmediatamente los mecánicos alistasen dos locomotoras para hacer el reconocimiento de la línea, mientras yo exa­minaba la maestranza y demás elementos de movilidad que allí hubieran. Hallé un taller mecánico completo, una ofi­cina telegráfica, dos locomotoras en buen estado, dos en compostura, una inservible y lleno el estanque de agua que domina la estación, el que se alimenta con la que viene de Ilo por medio de una cañería.

 

A las 10:30 A. M. estaban ya listos los dos trenes, que no pudieron salir hasta la 1:30 por inconvenientes insupe­rables en ese momento. A la hora indicada, marché, con­duciendo el primer batallón del regimiento Lautaro y dos piezas de artillería con dirección a Moquegua, yendo yo en la máquina del primer tren, no sin tomar las precau­ciones que la seguridad de la tropa exigía.

 

A dieciocho millas de Ilo se encuentra la estación de los Estanques, donde hallé un depósito de agua traída por las locomotoras desde aquel puerto. El camino tiene una gra­diente media de 3.75 por ciento. Distante diecisiete millas de los Estanques, con la misma gradiente, encontré la es­tación del Hospicio, con su respectivo depósito de agua traída de Moquegua, donde hice cortar el telégrafo de Arica. Desde Hospicio la inclinación de la línea disminuye, alternándose con partes a nivel, bajadas, etc., hasta llegar a la estación de Conde, a trece millas de distancia, ya en el valle de Moquegua.

 

Salí de Conde, pasando por las estaciones de San José, a cuatro millas, y de Calaluma a diez millas, hasta llegar al puente del ferrocarril, a diecisiete millas de Conde, que es la entrada del pueblo por el valle. Este puente es de fier­ro, colgante, sistema americano, con un claro de cien pies y sólidamente construido. Dista tres millas del término del ferrocarril o Alto de la Villa, a cuya estación llegué a las 8:30 P. M. En este punto, cuyos edificios son completos y cómodos, hallé dos locomotoras, de las que extraje las pie­zas principales para inutilizarlas.

 

Cumpliendo con las órdenes de Ud., hice colocar la arti­llería en la planicie que domina al pueblo, y marqué al capitán don Ignacio Díaz Gana, el punto donde debía situar su tropa. En este estado se pasé la noche, hasta que a las 7 A. M. marché a tomar la plaza principal por la calle del Comercio, en compañía siempre del capitán Díaz Gana con su tropa, de los pontoneros y dos soldados del regimiento de Granaderos a caballo.

 

A las 9 A. M. regresé a la estación para alistar los tre­nes de vuelta y concluir el desarme de las locomotoras que allí encontré. A las 2 P. M. bajé con los trenes al puente para embarcar la división, no sin poner en los carros rie­les, durmientes, gatas, clavos, etc., para el caso de un des­carrilamiento ocasionado por los habitantes del valle.

 

A media milla de la estación San José se desrieló el primer tren en una curva, donde faltaban tres rieles; des­pués de 4 horas de trabajo conseguí enrielar el convoy y continuar la marcha. En la estación de Conde, en que las máquinas toman agua, hallé el estanque seco y sin bomba, por lo que tuve que servirme de baldes. Supe en­tonces, por un chino, que las piezas que faltaban estaban en las casas de una hacienda, al lado opuesto del valle, adon­de me dirigí con un piquete, hallando en una bodega lo que buscaba. Armada la bomba y alimentado el estanque, tuve conocimiento de que un poco más adelante, a cuatro mi­llas, estaba también cortada la línea, por lo que mandé gente a caballo delante del tren.

 

Unidos nuevamente los rieles, seguí mi marcha sin otra novedad hasta las 9 A. M., hora en que llegué a Ilo, donde hice desarmar inmediatamente las dos locomotoras que me habían acompañado hasta Moquegua, sacándoles las vál­vulas repartidoras, bielas, riendas, manómetros, etc., inu­tilizándolas, por consiguiente, para servir. Esas piezas, como también las sacadas a las locomotoras de Alto de la Villa, están a bordo conmigo.

 

Al terminar, debo comunicar a Ud. que en el desempeño de la comisión que se me confió he sido eficazmente ayudado por algunos soldados del regimiento Lautaro, los pontoneros que iban bajo mis órdenes, algunos soldados de Granaderos y algunos mecánicos del ferrocarril de Ilo, a quienes obligué por la fuerza, ya que de grado no querían servir.

Dios guarde a Ud.


Federico Stuven


Ingeniero de la Armada y Ejército  

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